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Los Simpsons tienen a Krusty, nosotros tenemos a Cacho.
Arturo de la Cruz Feliciani vino de la Argentina, se olvidó de su trombón en un taxi y no se volvió a ir. Nunca un trombón hizo sonar a tanta gente.
Para bien y para mal, Cacho es el responsable de que varias generaciones sepamos que la derrota tiene sabor dulce, tomándonos una junto al grande de Fermín y su interminable fuente de Fanta.
Durante la dictadura, Cacho nos asustó con dos medio tanques buchones, un super yo robótico que todo lo veía y sabía, gracias a su red de informantes maternas.
Cacho, igual que Krusty, ha llevado una vida sórdida cada vez que se apagan las cámaras que funcionan a fuerza de alfajores y refrescos. Peluca y tacos altos durante el fin de semana con Chichita y, el resto de los días, el lecho calentado por una de las Chicas Guau.
Centenares de curros y cachivaches, yo-yó, álbumes y discos, incluyendo el álbum de ese hombre más heroico que el mismo Artigas: Super Cacho. Cada uno de ellos esculpió la cara de la cultura uruguaya.
Muchas veces, detrás del cuadro nos encontrábamos con el chancho. Pero otras, la pantalla del doce nos recordaba que en el fondo todos queremos hacer bochinche, que es mejor.
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Ayer los carteles decían, simplemente, “I am a man”.
Cuando uno tiene algo para decir, lo escribe en un cartel. Y lo lleva bien alto, para que todo el mundo lo lea. Tiene que ser un mensaje claro, para que todo el mundo lo entienda.
En 1968, en Memphis, Tennessee, hubo una gran huelga y manifestación por los derechos civiles. Toda la gente llevaba un cartel que decía, simplemente, “I am a man”.
Me pongo a pensar y no encuentro ninguna reivindicación más básica que esta. Ninguna. Cuando un escribe en un cartel para recordarle al mundo que es una persona es porque, simplemente, todo queda por decir.
Tantas nuevas manos han repintado esos mismos carteles durante cuarenta años. Tantas nuevas manos escribieron y sobrescribieron mensajes contra la guerra, contra la tortura, contra el capitalismo salvaje. Capa sobre capa de pintura, un grito sobre otro grito, pintados y repintados sobre los carteles de quienes comenzaron diciendo al mundo que eran, simplemente, hombres.
Cuando uno tiene algo para decir, lo escribe en un cartel. Y lo lleva bien alto, para que todo el mundo lo lea. Tiene que ser un mensaje claro, para que todo el mundo lo entienda.
Hoy los carteles dicen, simplemente, “Obama Presidente”.
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Recien hoy caigo que hacía 10 años que no visitaba Brasil como dios manda. Bah, no sé si dios manda verla (el femenino no es un typo) a las apuradas en una semana de locura, pero confirmé lo que siempre dije como al pasar: que Brasil me da vuelta la cabeza tanto como Japón. Y las comparaciones entre Tokio y San Pablo no huelgan.
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